Los jeans que madrugan

 

Son las seis de la mañana, y bajo un gélido amanecer bogotano se arruman en montones miles de prendas al ritmo de los éxitos de Rikarena. El aroma a café recalentado contrasta con ese olor de las calles al alba que contiene pinceladas de humedad con restos de basura. Indigentes, que por instantes se confunden con la multitud y que disfrutan con el ambiente festivo que despierta a esta legendaria cuadra que colinda con la recién desterrada calle del Bronx, tararean esos merengues del ayer. Parece muy temprano para los compradores, que tienen acceso al Gran San desde las cinco, pero quienes trabajan en este complejo comercial del centro de Bogotá comenzaron a desempacar cajas y a doblar jeans desde las tres. El gran madrugón le abre sus puertas con esbeltas mujeres entaconadas y costales de fique listos para llenarse de ropa y billetes.

madrugon gran san

Para quienes no saben qué es el Gran San esta sería una sencilla definición: el centro comercial más popular de la ciudad, ubicado dentro de San Victorino, y es el responsable de abastecer a los almacenes de ropa minoristas de la región con todas las variedades de una prenda muy nuestra ‘el jean sin bolsillo’. Se asemeja a un San Andresito pero tiene una particularidad que lo hace único: los productos buscados y preferidos son los fabricados en Colombia, lo importado es despreciado, algo bastante extraño en nuestra sociedad que suele endiosar todo lo que venga del exterior. La razón para favorecer lo local es que según los expertos del lugar “los jeans que le gustan a la colombiana tienen un molde especial. Los importados quedan sueltos y no levantan cola. No le gustan a nuestra cliente.”

 

El recorrido comienza en la estación de Transmilenio de la avenida Caracas con la calle 11. Hay que atravesar charcos, ventas de arepas y ‘perico’ (expresión bogotana para el café con leche), y la oscuridad de las calles se va desvaneciendo con el andar de hordas de peatones de pelo mojado que mientras se dirigen al madrugón del miércoles tratan de frenar sus incontenibles bostezos. Lotes que sirven de parqueadero en días corrientes hoy son corredores de jeans y chaquetas, y las agrietadas vías se convierten en laberintos humanos de confeccionistas, mayoristas y clientes comunes amantes de la ropa. Un par de cuadras son la antesala del gigante de la zona, y entre más nos acercamos a la escalera esquinera que invita a ingresar al Gran San, los precios, el portafolio de productos y las pulsaciones van en aumento.

 

jean sin bolsillo

El piso de caucho contrasta con las luces de neón que adornan cada uno de los locales. Un nuevo género musical entra a la escena, y es así como Maluma y sus colegas reguetoneros se convierten en cómplices de atractivas impulsadoras. Las apasionadas sesiones de regateo entre compradores y vendedores elevan la tensión y calientan esta lluviosa mañana capitalina. Para detenerse en cualquier local y poder interactuar con propiedad es indispensable adquirir una postura robusta y tener clara la frase de inicio: “a cómo al por mayor”. Los precios oscilan entre los $35.000 y los $65.000 pesos, aunque hay prendas en “súper oferta” que cuestan tan solo $15.000. Todo depende de la marca que prefiera y los detalles que hayan sido adheridos al pantalón, que en la mayoría de los casos son bastantes. La abundancia se debe reflejar en todo. Pretinas anchas, de al menos tres botones, cotilla* especializada en la técnica push-up, bolsillos traseros inexistentes, y decoraciones con trabajo manual suelen componer el ADN del producto estrella del Gran San. Si usted está buscando un par de jeans comunes vaya a otro lugar. Aquí la especialidad es encontrarle variantes a esa básica prenda que hace parte del guardarropa del ser humano desde finales del siglo XIX, y por supuesto adaptarlo a nuestra mujer, a nuestra cultura.

Dayana, promotora de L&L Jeans.

Dayana, promotora de L&L Jeans.

Mientras saboreamos un tinto que tiene más agua y panela que café, se acerca una coqueta rubia que se contonea luciendo unos jeans que permiten poco tránsito entre el denim y la piel, un diminuto top de encaje negro y por supuesto unos altísimos tacones. Nuevamente recordemos que son apenas las 6:23 de la mañana y la temperatura no supera los siete grados centígrados. Dayana sacude sus caderas mientras reparte volantes que invitan a visitar el local 2099 de L&L (Look & Love Jeans), y la única condición que exige para podernos regalar un catálogo es comprar al menos seis pantalones. Una cantidad bastante modesta para el promedio del lugar. Ella es exactamente esa mujer a la que todas las presentes quieren imitar; una réplica viviente de la modelo que aparece en el papel. Es la celebridad del edificio y su ronda de entrega de flyers es casi como de autógrafos, por eso mismo posa con gusto para una fotografía.

 

Nuestra guía y quién habla con Dayana es Mónica Bustos, bogotana de 32 años que lleva desde los 12 en el negocio y que pasó la mitad de su niñez y adolescencia en este lugar. Nos cuenta, mientras nos sorprendemos con la inmensa variedad de jeans que ofrecen los stands ubicados en el segundo piso del Gran San, que su aprendizaje fue por herencia. “Mi papá y mis abuelos son de un pueblo, y llegaron a Bogotá a vender pantalones. En mi casa se hacía todo, estaban las piezas donde dormíamos nosotros y la fábrica quedaba ahí mismo. Nací entre pantalones y ahí aprendí.” Ella mira con nostalgia el desarrollo de la actividad mañanera, y se percibe un brillo en sus ojos que muy seguramente representa el bombardeo de recuerdos que vienen a su cabeza. Menciona que hizo su debut como vendedora cuando su papá arrendó unos locales en San Victorino, en la Herradura y el Pasaje San Carlos, los antecesores del Gran San: “Todos lo fines de semana nos llevaba a vender allá. Mis hermanos y yo íbamos a ayudarle a atender. También lo ayudaba con las televentas de los domingos. Yo ofrecía los pantalones en televisión con Barbarita y Don Jediondo, los de Sábados Felices, cuando iban a las carpas móbiles de la 19 con 30 y San Andresito del Norte. La mitad de mi vida la he pasado en sitios como este.” Es bastante precisa esa afirmación. Lleva 20 años en el negocio de los pantalones, y aunque luchó contra la tradición familiar buscando otros horizontes, es hoy la propietaria de Manufacturas MM, empresa que fabrica más de 70.000 unidades de jeans al mes.

 

A los 15 años se graduó del colegio y entró a la Universidad de la Sabana a estudiar Ingeniería Industrial. Su papá le pagaba la matrícula pero ella debía financiarse todo lo demás. Su entusiasmo y recursividad le abrieron las puertas al negocio que le permitió pagar el transporte, los almuerzos, los libros y fotocopias que necesitaba. “Yo le compraba a mi papá jeans a $20.000 y los vendía a $70.000 a mis compañeras. Para ellas era un regalo ese precio, y para mí fue el negocio perfecto para poder terminar mi carrera.” Al graduarse trabajó en el Grupo Bancolombia por unos meses, cumpliendo su sueño de dedicarse a las finanzas, pero la realidad la devolvió a sus raíces. El sueldo que le pagaba esta entidad era la tercera parte de lo que ella podía ganar en ese mundo que ya conocía y que dominaba a la perfección. Fue así como comenzó a hacer ‘corretaje’ de jeans. Esta práctica consiste en comprar el inventario de aquellos que están al borde de la quiebra, a precios muy bajos por no decir infames, y revender las prendas a los distribuidores más potentados del Gran San. Luego de ires y venires, éxitos y fracasos, montó su propia empresa de la mano de su esposo William para proveer, en un principio, jeans a empresas que hacen parte de este complejo comercial.

 

Los jeans que "levantan hasta el ánimo" con su promotora sobre el mostrador. 

Los jeans que "levantan hasta el ánimo" con su promotora sobre el mostrador. 

El Gran San y los negocios que funcionan a su alrededor están inmersos en una burbuja desconectada de las prácticas legales del sector. Es un mercado absolutamente informal. Los distribuidores compran a pequeños confeccionistas sus prendas, y las venden casi al doble. Hay una práctica que cuenta Mónica es la más dura de enfrentar: “Cuando lo cogen a uno cansado. Eso quiere decir que saben que ya producimos mucho inventario y que no hemos vendido, y de todas maneras tenemos cuentas que pagar. Lo que me costó $17.000 pesos me lo pagan a $12.000. Necesito la plata así que acepto, pero a mediano plazo es insostenible y eso me quebró más de una vez.” Cualquiera que sabe sumar y restar entiende que vender por debajo del costo es un suicidio. Pero así funcionan estos segmentos comerciales en donde las prácticas no están registradas, no hay facturas, y la misma oferta es la que define los términos. Mónica añade además que “el que te compra no te da la plata, te dan una letra que debe ser cambiada por otro intermediario. En ese proceso te cobran el 5% de interés mensual, y eso si eres conocido de esas cinco familias que manejan el Gran San.” Cuando hace ese recuento, en el cual podría enumerar varios motivos por los cuales ya no está aquí y actualmente tiene un taller totalmente formalizado, con más de 70 empleados que reciben prestaciones sociales y compensatorios, y sus clientes actuales son solo cadenas de tiendas por departamento reconocidas que precisamente la eligen a ella por tener todo legalizado, confirma que está aliviada de haber salido de allí.

 

Al preguntarle esa mañana de miércoles sobre cómo ve el Gran San, y si lo percibe distinto a cómo fue cuando su supervivencia dependía de las ventas que lograra concretar de 5 a 11 de la mañana, dice:  “Me pareció que cada vez está más golpeada la gente. Me trajo a la memoria el desespero en el que viven, del día a día. Ese desespero de los que compran y de los que venden que dependen de lo que logren el miércoles y el sábado. Nadie te asegura nada, hoy te pagan y mañana no. La incertidumbre es terrible.” De todas maneras sonríe al recordar buenos momentos y al encontrarse con colegas del pasado que la saludan con admiración y le ofrecen sus servicios a esta joven empresaria.

 

Buscando la salida del centro comercial pasamos por el stand de StudioEF (cualquier parecido con la multinacional caleña no es pura coincidencia), y Mónica saluda a una mujer mayor que lleva atendiendo el mismo lugar durante 18 años. Se dan un estrecho abrazo y prometen verse pronto. Mónica luego susurra mirando al piso “ella era de esas que no me pagaba y que me bajaba los precios hasta unos niveles absurdos. Pero finalmente de ella aprendí porque ese era su negocio y de eso vive. Yo ahora tengo el mío y sé qué quiero y que no quiero para la gente que trabaja conmigo. Hasta a ella le debo mucho.”

 

Ya son las 10:50 de la mañana y las nubes se han despejado, dándole una apariencia menos lúgubre a la Plaza de la Mariposa, que nos indica el camino hacia la estación de Transmilenio de San Victorino. Nos despedimos de Mónica y William que a su vez se despiden de ese mercado que los instruyó durante años. El palacio del ‘jean sin bolsillo’ cierra sus puertas y pone sus esperanzas en el sábado siguiente.

 

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*La cotilla es ese corte que separa la pretina trasera del pantalón del área de la cola

*La cotilla es ese corte que separa la pretina trasera del pantalón del área de la cola

 

 
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